Mi rincón literario
LAS LÁGRIMAS DE VARO (SEGUNDA PARTE)
Otoño de 9 d. C
Inmediaciones de
Teutoburgo, campamento romano, al
anochecer
-¿A cuántos hombres hemos perdido?-Preguntó apesadumbrado
Varo. Estaban reunidos en el praetorium del
improvisado campamento él, Egio y Cejonio, acompañados de los tribunos y otros
oficiales de alto rango. Tras la masacre urdida por los malditos teutones, el
enorme ejército romano, ahora reducido casi un tercio, se había replegado y
habían conseguido asentarse en un
campamento provisional con ayuda de los zapadores, que habían levantado un
terraplén defensivo, como era habitual en las maniobras romanas.
El encargado de organizar el recuento de bajas tragó saliva
antes de contestar, las palabras no querían salir de su boca y sudaba
profusamente.
-¡Por Cástor y Pólux, centurión, te he preguntado cuantas
bajas hemos sufrido! ¡Contesta!
El oficial tragó saliva una vez más antes de dar la
desalentadora cifra.
-Diez…diez mil muertos, legatus,
y algo más de mil heridos…
El silencio que cayó sobre la tienda de los generales era tan
pesado que casi les oprimía y no les dejaba respirar en condiciones.
-Tenemos que organizarnos.-Varo intentó reaccionar-que todo
hombre que pueda caminar y empuñar un arma se prepare para defender en caso de
un nuevo ataque, me da igual que sea soldado o civil. Y que se redoble la
guardia, va a ser una noche muy larga.
El centurión y los demás oficiales salieron de la tienda para
trasmitir las indicaciones del legatus.
-¿Qué vamos a hacer?-preguntó desesperado Cejonio ahora que
los tres generales se habían quedado solos- Cada segundo que estamos aquí
quietos aumenta la posibilidad de que esos bárbaros desalmados vuelvan a
atacarnos y esta vez nos borrarán del mapa como si jamás hubiésemos pisado esta
infernal tierra.
-Deberíamos retornar al valle del Rin y hacernos de nuevo
fuertes allí-coincidió Egio- a campo abierto nuestro ejército es mucho más
efectivo, les podemos devolver el golpe de forma contundente.
-¿No lo entendéis verdad?-replicó Varo-¡Precisamente es lo que
busca ese malnacido traidor de Arminio, que les dejemos el territorio
despejado! ¡Si nos retiramos, daremos una imagen de debilidad que hará a los
pueblos de toda Germania alzarse contra Roma, y eso es algo que jamás
permitiré, antes la muerte!
-¡Mejor retirarnos ahora que podemos que acabar con nuestros
huesos en suelo teutón!-protestó Cejonio- Enfrentándonos aquí a Arminio y sus
hombres sólo hallaremos la muerte, y si Germania se queda sin legiones entonces
sí que los demás pueblos tendrán vía libre para rechazar la presencia del
Imperio. Pero si nos asentamos en el valle del Rin, aún tenemos posibilidades,
y siempre podemos solicitar más legiones a nuestro césar Augusto.
-¿Y quedar como un inútil? No amigo mío- contestó Varo-yo he
metido a tres legiones en este bosque, y yo seré quien las saque.
-¡Pues sácalas ya!-razonó Egio.-¡Aprovechemos que no nos
atacan!
-Un romano jamás huye-sentenció Varo.
En el bosque
-Han levantado un
campamento en el claro-informó un espía querusco
a Arminio.
-Parece que se resisten a admitir la derrota-se mofó éste.
-Deberíamos atacarles, aunque tengan empalizadas, ahora sólo
cuentan con un tercio de las fuerzas que tenían, eso sin contar los heridos. No
están en condiciones de defenderse.-razonó el líder brúctero.
-Haremos incursiones puntuales, pero no quiero un ataque
contundente. –Explicó Varo- quiero que se vean obligados a elegir entre
retirarse al Rin, lo cual sería una humillación para ellos, o arriesgarse a
internarse de nuevo en el bosque, lo que sería su fin. Ambas opciones
significan una gran victoria para nosotros- Arminio sonrió. Su sueño empezaba a
ser realidad.
Campamento romano
-¡Alarma, alarma!
¡los germanos atacan!-el vigía del campamento se dejaba la voz.
Un tribuno irrumpió en el praetorium
para avisar a Varo.
El legatus
se levantó de la sella[i] donde
estaba estudiando mapas de Germania como un resorte.
-¡Da aviso de inmediato a los legatus Egio y Cejonio!
Cogiendo su gladio, Varo
salió de la tienda y se dirigió de inmediato a la empalizada para dirigir
personalmente la defensa.
-¡Arqueros, preparados! ¡A mi señal!-Varo esperó a que las
tropas teutonas estuviesen a tiro, no quería que se desperdiciara ni una sola
flecha-¡Ahora, por Júpiter, no falléis ningún blanco!
Las flechas romanas salieron disparadas con la furia y la
rabia de haber perdido hermanos, amigos,
padres e hijos para caer sobre los germanos causando unas cuantas bajas, pero
no era suficiente.
Por su parte, los bárbaros respondieron con su propia lluvia
de flechas.
-¡Testudo!-Aulló
Varo.
La mayoría de los dardos
se clavaron en los escudos, esta vez las bajas romanas fueron mínimas.
Pero cuando los arqueros romanos se disponían a lanzar la
segunda andanada, de repente los germanos dieron media vuelta para internarse
de nuevo en el bosque, como si de una aparición fantasmal se tratara.
-¿Por qué han huido?-preguntó Cejonio, que estaba ya en la
empalizada junto a Egio.
-No les interesa un ataque en masa, creo que quieren ponernos
en una encerrona: o volvemos al Rin o nos internamos de nuevo en su maldito
bosque. Arminio sabe que ambas opciones serían un duro golpe para el
Imperio.-contestó Varo.
-Pues más vale una derrota con supervivientes que una
aniquilación total.
Varo se alejó de la empalizada sin decir nada.
Los germanos hicieron dos ataques relámpago más a lo largo de
aquella larga noche, en las cuales causaron algunas bajas romanas más, aunque
también ellos sufrieron pérdidas.
Al amanecer
-No tiene sentido seguir alargando esta agonía-Varo se había
reunido de nuevo con Egio y Cejonio en el praetorium.-
levantaremos campamento para internarnos de nuevo en el bosque.
Egio y Cejonio se miraron sin decir nada.
-Sé lo que estáis pensando, volver a ese bosque no es la
mejor de las opciones.
-Es una locura, Varo-se atrevió a formular Egio.
-Entra en razón, te estás dejando llevar por la rabia que
sientes al saberte traicionado por Arminio, pero si entramos de nuevo en ese
bosque, no saldremos, y lo sabes.-Apoyó Cejonio.
-Ayer no teníamos ni idea de lo que nos esperaba, no
estábamos prevenidos. Ahora sabemos lo que nos vamos a encontrar, además,
dejaremos atrás todos los carros y pertrechos y avanzaremos sólo con lo
imprescindible.-argumentó Varo.
-Por favor, escúchanos-imploró ya desesperadamente Egio -los
legionarios no se encuentran en condiciones ni físicas ni anímicas para volver
a Teutoburgo, sería una tortura mental para ellos, debemos volver. ¡Debemos
volver!
-¡BASTA! ¿ACASO CREÉIS QUE NO SE QUE SIENTE UN SOLDADO CUANDO
SE ENFRENTA A UNA MASACRE COMO ÉSTA? ¡QUE PREFERÍS, MORIR CON
HONOR O SER EL HAZMERREÍR DE TODA ROMA Y SER DESPOJADOS DE VUESTRAS INSIGNIAS
DE SERVICIO Y VALOR? ¡VAMOS A VOLVER A
ESE BOSQUE Y SI ES NECESARIO TALARÉ SUS PUTOS ÁRBOLES UNO A UNO! ¿ESTÁ CLARO?
Los gritos de Varo sobresaltaron a los que más cerca se
encontraban del praetorium, pero
ningún oficial se asomó a la tienda por temor a soliviantar aún más los nervios
del legatus.
Egio y Cejonio se resignaron, la decisión estaba tomada.
-¿Qué hacemos con los muertos?
-Enterradlos, no quiero que sirvan de alimento a ningún
animal de esta región de mierda.
Cejonio y Egio salieron de la tienda cabizbajos.
¡El amor propio del maldito Varo nos llevará a todos al
Hades!-estalló Egio.
-No tenemos nada que hacer, así que disfrutemos estos últimos
momentos de vida, echemos un trago antes de ponernos en marcha.
Egio se calmó y sonrió tristemente.
-Será un placer acompañarte al Hades, mi buen Cejonio.
Lo que quedaba del ejército romano, unos seis mil hombres,
desmontó la empalizada y las tiendas para ponerse de nuevo en marcha.
Al enterarse de que el objetivo era volver a Teutoburgo,
muchos soldados empezaron a protestar abiertamente, muchos incluso pensaban en
la deserción para unirse a los teutones. La situación era crítica.
-Debemos hacer algo, o estallará un motín- Egio cada vez
tenía más claro que todo terminaría en desastre.
-Yo me encargo-contestó Varo.
Se giró para mirar a los seis mil romanos que quedaban en
aquella apartada tierra.
-¡Legionarios! ¡civiles! ¡Escuchadme! ¡Sé que os aterra
volver a ese bosque infernal donde ayer sufrimos uno de los peores golpes en la historia de nuestra
gloriosa Roma! ¡Yo mismo siento ese miedo ante estas tribus bárbaras y despiadadas
que lo único que buscan es el caos y el desorden para atentar contra nuestro
civilizado mundo! ¡Ellos no entienden de leyes, no entienden de normas, sólo
son un puñado de salvajes rabiosos y rencorosos que desean nuestro mal!
¡Envidian nuestro poder, y nuestro dominio del mundo, de las artes y de la
guerra! ¡Pero es cierto que ayer fueron ellos los vencedores, y de forma
terriblemente contundente! ¡Y yo os pregunto! ¿No fue Roma castigada
severamente por Aníbal? ¿No tuvo eternas dificultades el divino Julio César con
Vercingétorix y sus galos? ¡Y Roma finalmente les venció, a todos! ¡Porque Roma
siempre vence! ¡Por muchos golpes que reciba, resurge de sus cenizas como el
ave Fénix, para asestar el golpe definitivo y triunfar sobre aquellos que la
desafían! ¡Arminio y sus queruscos nos
han lanzado su desafío¡ ¿Qué debemos hacer nosotros? ¿Retirarnos como cobardes?
¡Jamás! ¡Volveremos a ése bosque y les devolveremos el desafío con sangre, con
su sangre! ¡Se lo debemos a nuestros valientes legionarios caídos ayer en
combate, al igual que a nuestras mujeres, que fueron vilmente torturadas y
asesinadas! ¡No podemos dejar esta afrenta sin responder! No os mentiré, es
posible que ninguno de nosotros salga vivo de aquí, ¡Pero moriremos con honor,
y matando tantos teutones como podamos! ¡Y cuando llegue a Roma la noticia de
nuestro sacrificio, nos honraran como a dioses, dirán “Varo y sus valientes
legionarios dieron su vida por Roma”! ¡Y yo estaré orgulloso de dar la vida por
Roma, porque Roma lo es todo! ¡Si Roma muere, el mundo muere con ella! ¡Que me
decís, soldados! ¿Estáis conmigo? ¡Por Roma, por el emperador! ¡MUERTE O
VICTORIA!
-¡Muerte o victoria!
-¡Muerte o victoria!
-¡MUERTE O VICTORIA!
Seis mil gargantas rugieron con rabia y furor, ningún soldado
pensaba ya en desertar, sólo en entrar de una vez en Teutoburgo y aniquilar a
esos salvajes.
Bosque de Teutoburgo
La marcha era penosa. El barro acumulado de la tormenta del
día anterior hacía el terreno prácticamente impracticable, sobre todo para la
caballería.
-Ese Varo es un maldito incompetente, debimos haber dado
media vuelta- Numonio Vala refunfuñaba mirando en todas direcciones, preparado
para cualquier nuevo ataque sorpresa-su discursito de mierda ha encandilado a
los hombres como la miel a las abejas.
Varo, Egio y Cejonio, ya prevenidos, habían ordenado a los
legionarios que se dispusieran en posición de ataque, y sobre todo, que los
civiles fueran escoltados por dos cohortes,
que los rodearían en todo momento.
-Están aquí, nos rodean, pero no podemos verlos-Varo clavó su
mirada en la maleza que los rodeaba como si quisiera traspasar las hojas y
vislumbrar a los germanos escondidos.
No tuvieron que esperar mucho. Ráfagas de flechas escupidas
de entre los árboles acabaron con más romanos, pero enseguida los oficiales
ordenaron la formación en testudo, y los escudos se llenaron de dardos
que se clavaban con fuerza.
-¡Preparados para el combate, separaos tanto como
podáis!-ordenó Varo. Sabía que una de las claves de la matanza del día anterior
había sido el apelotonamiento de los legionarios debido a la confusión y el
desorden, y no estaba dispuesto a que volviera a suceder.
Los soldados se dispusieron en filas, pero dejando espacios
entre ellos, obedeciendo las indicaciones de Varo y los demás oficiales.
Con gritos de guerra ensordecedores, los bárbaros salieron de
todas partes para abalanzarse una vez más contra el ejército romano, la cacería
empezaba de nuevo.
Vanguardia del ejército romano
A pesar de estar prevenidos esta vez, los legionarios volvían
a tener serios problemas en la lucha contra los teutones. Los efectos de la
arenga de Varo antes de entrar en el bosque parecieron diluirse ante la
brutalidad con la que peleaban los hombres de Arminio, que contaban además con
nuevas tropas de relevo frescas para la batalla, mientras que el ejército de
Varo se encontraba apenas con un tercio de sus efectivos y los que quedaban
estaban exhaustos física y mentalmente.
El hostigamiento germano parecía no tener fin, el impulso de
los bárbaros estaba haciendo retroceder a los soldados romanos, que por la
inercia estaban volviendo a juntarse demasiado para poder maniobrar
adecuadamente.
Ejército germano
Arminio contemplaba el
desarrollo de la refriega desde una protegida posición, sonrió al ver cómo
incluso sabiendo lo que les esperaba, los estúpidos romanos eran incapaces de
contrarrestar el castigo al que sus tropas estaban sometiéndoles.
-Nos retiramos-ordenó.
Su estado mayor se quedó a cuadros.
-Tenemos la posibilidad de aniquilarles de una vez por
todas-protestó Segestes.
-Lo sé, suegro, pero sería demasiado fácil y rápido. Esta
gran derrota romana es un plato que prefiero saborear y degustar
tranquilamente. Utilizaremos la táctica de guerrillas, les someteremos a
ataques intermitentes pero constantes, hasta que ellos mismos supliquen su
propia destrucción para dejar de sufrir- Arminio sonrió sardónicamente.
Segestes calló, temiendo por una Germania que muy pronto
estaría bajo el dominio de aquel querusco de mente retorcida, era un
hombre demasiado peligroso para acaparar el poder absoluto. Habría que hacer
algo cuando todo acabara.
Caballería romana
-¡Maldito sea Varo y su orgullo, malditos sean estos salvajes
y maldito este bosque y toda Germania!-Exclamó Numonio mientras no dejaba de
rajar gargantas teutonas desde lo alto de su montura- ¡Juro por Júpiter Óptimo
Máximo que si Varo no nos saca de aquí lo haré yo mismo! ¡Los caballos están
aterrados y son ingobernables!
Ya habían caído la mitad de los jinetes que habían
sobrevivido a la matanza anterior, lo que dejaba a la turmae con apenas
veinte hombres.
-Se acabó-Masculló Numonio- a partir de ahora tomo mis
propias decisiones.
Posiciones de los legatus
-¡Tenemos que retirarnos al sur!-Exclamó Cejonio, intentando
hacerse oír por encima de los aullidos germanos y el estruendo de armas y
escudos.
¡No, podemos aguantar, confiad! ¡Marte está con
nosotros!-Varo parecía fuera de sí, berreando mientras no dejaba de cortar
brazos, piernas cabezas y cualquier miembro teutón que se le pusiera a su
alcance- ¡Morid! ¡Morid, malditos! ¡Por Romaaaaaaaaaaaa!
En un instante, a la voz de sus superiores, los bárbaros
frenaron sus embestidas y volvieron a desaparecer como si de espíritus se
tratase.
-¿A donde han ido?-Egio formuló la pregunta en nombre de
todos.
-No lo sé, pero les perseguiremos hasta el mismísimo Hades si
es necesario-contestó rabioso Varo.
Los ataques se prolongaron a lo largo de todo el día, y las
tropas romanas, cada vez más desmotivadas, no tenían ya aliento para contener
la furia germana; al final del día quedaban poco más de mil hombres.
Finalmente, hasta el ánimo de Varo acabó por agotarse.
-Damos media vuelta- arguyó apretando los dientes para
contener las lágrimas de impotencia que anegaban sus ojos.
Egio y Cejonio soltaron un suspiro de alivio, por fin su
colega entraba en razón. Su tozudez había provocado la pérdida de casi cinco
mil soldados. Cuando los informes llegaran a Roma, no iba a hacer ninguna
gracia al césar Augusto ni al pueblo. Seguramente serían cesados de su cargo
los tres, y se les retirarían los honores y méritos, pero mejor eso que perder
la vida y tres legiones enteras. Debían conseguir devolver a casa a los que
quedaban como fuese.
Lo que quedaba del gran ejército que había llegado a Germania
se puso en marcha para salir lo antes posible de aquel bosque de muerte y
sangre.
Lo peor fue ver de nuevo a todos los cadáveres romanos que
habían dejado atrás, y no sólo de legionarios; mujeres, ancianos y niños que
los acompañaban yacían por todas partes, y pronto serían pasto de los animales
y las aves carroñeras.
Algunos soldados no pudieron soportarlo y se echaron a llorar
desconsoladamente y otros vomitaron ante el espanto que ofrecía el tétrico
paisaje.
Cuando estaban a punto de llegar al claro del bosque, los
exploradores dieron la voz de alarma. Un tribuno se encargó de hacer llegar el
mensaje a los legatus.
-Un ejército nos espera al otro lado del
claro-informó.
-¿Cuántos?
El tribuno tragó saliva.
-Quince mil, quizás más.
Varo intentó obviar la abrumadora cifra.
-Que los hombres se dispongan en ataque. Esta vez estamos en
campo abierto, les haremos sufrir todo lo que podamos- indicó, sediento de
venganza.
Vanguardia del ejército romano
los legionarios que quedaban se posicionaron en una larga
línea defensiva que ocupaba casi todo el ancho del claro, Varo no quería dejar
ni un sólo hueco. La oportunidad de resarcirse aunque fuera mínimamente del
horror sufrido en los dos últimos días le había levantado el ánimo de nuevo.
Estaban en inferioridad numérica, pero el campo de batalla
había cambiado y tenían que aprovecharlo al máximo.
-¡Que Numonio cargue con sus jinetes contra esos
malditos!-ordenó.
Vanguardia del ejército germano
Arminio había dispuesto a sus tropas en aquel claro con la
idea de cortar la retirada de los romanos y borrarlos del mapa, ahora sí,
definitivamente. La diferencia de efectivos era ridículamente desigual: unos
mil romanos contra quince mil germanos, y ya estaba reuniendo a más hombres de
otras tribus que habían decidido unirse a su causa.
Arminio vio cómo los romanos empezaban a avanzar.
-Ahora estamos a campo abierto, es la especialidad de los
ejércitos de Roma, no subestimes la escasez de los soldados que quedan-le
advirtió su suegro Segestes.
-No temas, querido Segestes, esto es lo que queda en Germania
de la gran Roma, mil hombres que aplastaré en un golpe final, este día será
recordado para toda la eternidad, el día que la presencia romana despareció
para siempre de nuestra gran Germania.
Arminio se giró y vio como la caballería romana se lanzaba ya
al galope contra sus hombres, y rápidamente dio la orden de atacar.
Caballería romana
-¡Por fin Varo toma una decisión con la que estoy de
acuerdo!-aceptó Numonio cuando le llegó la orden de cargar-¡Adelante, por
marte, mandemos al infierno a esos cabrones!
Los jinetes dejaron que sus monturas empezaran a galopar con
la furia y el brío de los mejores caballos traídos de Hispania.
En terreno despejado la caballería cogía gran ventaja por la
fuerza y la velocidad de la embestida del caballo y porque era mucho más
difícil alcanzar al jinete desde el suelo. Era el momento de aprovecharlo.
Numonio y sus jinetes barrieron a la mayor parte de las
primeras cargas germanas. Aullando con la rabia del infierno vivido, se regocijaron
dando muerte a decenas de teutones.
Los bárbaros intentaban recomponerse y atacar, pero entonces
Numonio ordenaba retirada para volver a realizar una potente carga que rompía
una y otra vez las filas germanas.
Así, Numonio y sus hombres acabaron con casi un millar de
germanos.
Vanguardia del ejército germano
Arminio tenía el rostro lívido de rabia, no podía entender
como sus valiosos y valerosos soldados habían podido fracasar en su primer
ataque contra unos cuantos jinetes.
Segestes se sonreía en silencio. Por fin una cura de humildad
para ese presuntuoso querusco.
-Te lo dije, son mucho más efectivos en terreno abierto.
Arminio se dio la vuelta y encaró a su suegro.
-Esto sólo ha sido la primera carga, en cuanto mande al resto
de mis tropas esos malditos romanos serán sólo un recuerdo-parecía escupir cada
palabra contra el rostro de Segestes, que empezaba a divertirse al ver por
primera vez a Arminio enrabietado.
-Debemos retirarnos y atacarles cuando hayan acampado y estén
de nuevo desprevenidos.
-Cuidado, Segestes, que seas mi suegro no quiere decir que
estés en mi círculo de confianza, aquí yo estoy al mando y soy yo quien decide
lo que se hace.
-Era un consejo, no una orden, por supuesto tu eres nuestro
señor-replicó Segestes dibujando con su boca una media sonrisa burlesca.
Arminio clavó sus ojos furibundos en su suegro, cada vez
tenía más claro que debía deshacerse de él.
Apartó la vista de Segestes para dar la nueva orden de ataque
con una rabia incontenible.
-¡AL ATAQUE! ¡MATADLOS A TODOS!
Las nuevas hordas ya corrían disparadas para masacras a los
romanos.
Vanguardia del ejército romano
-¡Bien, por Marte! ¡Numonio y sus caballería han hecho un
gran trabajo!-exclamó jubiloso Varo, aún podían revertir algo el desastre.-¡Ahora
nos toca a nosotros! ¡Al ataque!
La larga fila romana empezó a avanzar hacia el centro del
claro, preparados para recibir el impacto de los bárbaros.
-Arminio ha cometido el error de lanzar a sus hombres contra
nosotros demasiado pronto y de forma desordenada-observó Egio- la rabia que
siente por el daño que ha infligido nuestra caballería le ha cegado. -¡Formad
en testudo!
Los teutones cada vez estaban más cerca.
-¡Lanzad pilum!-exclamaron los legatus.
El cielo se oscureció momentáneamente, cubierto por cientos
de jabalinas, que súbitamente iniciaron su descenso para clavarse en varias
decenas de teutones.
Las bajas causadas entre los bárbaros fueron notables,
teniendo en cuenta la desventajosa situación de los romanos.
Pero aún quedaban cientos de germanos que se estrellaron
contra los escudos en alto de los legionarios.
-¡Resistid, Resistid!-Aulló Varo.
Los germanos golpeaban con toda clase de armas, pero la
organizada defensa romana, que ahora sí resultaba efectiva, impedía que el
enemigo causara graves daños.
-¡Ahora, abriros!-ordenaron los legatus.
Entonces los escudos se abrieron liberando gladios que
se clavaban en cualquier cuerpo o miembro germano que encontraban.
Los bárbaros combatían con saña, pero esta vez el combate
cuerpo a cuerpo era más ventajoso para el gran equipamiento de los legionarios.
Poco a poco, los germanos fueron perdiendo terreno.
¡Estamos ganando el claro!- gritó Cejonio sonriendo por
primera vez en dos días.
Vanguardia del ejército germano
Arminio no podía dar crédito a lo que veía: por primera vez
los romanos les estaban plantando cara e incluso les estaban ganando la
batalla.
El líder querusco era orgulloso, pero también
inteligente, y de Varo estaba aprendiendo que el orgullo puede llevarte a la
muerte, pero la inteligencia te puede salvar.
-¡Retirada! ¡Retirada!
La rabia le hacía hervir por dentro, como un fuego
incontenible e imposible de apagar, sobre todo porque esta vez su maldito
suegro había tenido razón.
-Sólo hemos retrasado lo inevitable-se dijo a sí mismo para
calmar su impotencia.
Vanguardia del ejército romano
-¡Se retiran!¡Se retiran!-exclamaron todos los oficiales
llenos de júbilo-¡Por fin Marte y la diosa Fortuna están con nosotros!
Varo se permitió una carcajada que sabía como ningún manjar
que hubiese probado en su vida.
-Hemos recuperado la iniciativa en parte, ahora debemos
levantar un campamento para pasar la noche.
Todos trabajaron con las fuerzas y los ánimos renovados tras
la pequeña victoria para levantar las tiendas y las defensas pertinentes.
-No podrás huir de mí Arminio, te perseguiré allí donde
vayas-susurró Varo clavando su vista en el lugar por el cual se había retirado
el ejército germano.
Otoño de 9 d. C.
dos días después de la emboscada, campamento romano en las
inmediaciones de Teutoburgo.
Varo, Egio y Cejonio estaban reunidos en el praetorium.
-Bien, ahora que he conseguido dañar aunque sea
mínimamente el honor de Arminio, y después de mucho reflexionar, he concluido
que ahora sí es el momento de replegarnos al valle del Rin.-les informó Varo.
-Es la mejor decisión que has tomado en toda la campaña-rió
aliviado Egio.
-Pero en cuanto pase el invierno, tened muy claro que
volveremos con un ejército aún más grande y aplastaremos a Arminio y su
rebelión. Roma jamás perdona la traición.
-Por supuesto-apoyó Cejonio.
-Volviendo al tema de nuestro repliegue, deberíamos evitar
Teutoburgo, ya bastante sangre romana ha corrido en ese bosque infernal-apuntó
entonces Egio.
-Ya lo he pensado-contestó Varo -avanzaremos por el franco
sudeste del bosque, rodeándolo-y con su dedo índice fue indicando el camino de
vuelta que había elegido.
-Es una excelente solución, Arminio no se atreverá a
atacarnos a campo abierto tras comprobar que en ese tipo de lucha quizás no
pueda hacer efectivos sus ataques -aceptó Egio.
Varo le sonrió, satisfecho de que su colega hubiera captado
la otra razón para rodear el bosque, aparte del riesgo que suponía cruzar el
mismo de nuevo.
-Yo opino igual-corroboró Cejonio.
-Bien. Ahora brindemos por una honrosa retirada hasta después
del invierno, momento en el que nadie podrá detenernos.
Los tres brindaron y bebieron, disfrutando después de casi
tres días por fin de una piadosa calma.
Campamento de Arminio
-Bien, mis espías me han comunicado que los romanos han
vuelto a levantar campamento, pero no vamos a atacarles, estarán bien
protegidos y con mejores ánimos tras habernos rechazado en el claro- Arminio
apretaba la mandíbula de pura rabia.- Esperaremos a que se pongan de nuevo en
marcha y volveremos a tenderles una trampa.
-¿Cómo? Ya no se fían, irán prevenidos ante cualquier
ataque-contrapuso Segestes. Ya no sabía como frenar el arrojo de su yerno y
sabía que todos los pueblos germanos estaban con él. A lo largo de la noche
habían ido llegando nuevos guerreros de tribus que se unían a Arminio, su poder
e influencia crecía a pasos agigantados.
-Ellos pretenden retirarse de nuevo al Rín, atravesando el
franco sudeste de Teutoburgo, quieren evitar a toda costa internarse de nuevo
en el bosque: lo rodearán. No podremos usar de nuevo la táctica de emboscarnos,
pero podemos sacar ventaja del terreno y de los árboles.
Y Arminio, una vez más, explicó a sus hombres su nuevo y
definitivo plan para eliminar a los romanos.
Franco sudeste de Teutoburgo
La columna romana avanzaba a buen paso. A pesar de que no
iban a internarse en el bosque, no se fiaban nada de alguna treta germana para
volver a meterles en problemas.
Los pocos auxiliares que quedaban y que iban por delante del
resto se pararon en seco, palideciendo y empezando a sudar profusamente.
-No...otra vez, no...-exhaló uno de ellos al borde de las
lágrimas.
El camino estaba cortado por una gran barricada hecha de tierra
y enormes troncos de árboles.
-Nos detenemos...- Varo clavó la vista más allá de la
columna, intentando ver qué les impedía el paso. Se temía lo peor.
Un tribuno, de los pocos que quedaban, se acercó a la
posición de los legatus para confirmar sus temores.
-Una enorme barrera de tierra y troncos obstaculiza el paso.
-¡Oh, mierda, esta pesadilla no acabará nunca!-aulló con
desesperación Cejonio.
Y entonces Varo comprendió que su esperanza había sido sólo
eso, una esperanza. Jamás saldrían vivos de allí. Pero si tenían que morir,
morirían matando.
-¡Rápido, los germanos caerán sobre nosotros en cualquier
momento! ¡Que los hombres caben un foso defensivo a toda prisa y levanten un
terraplén defensivo!-Varo daba las órdenes frenéticamente, no había tiempo que
perder.
Todos los hombres, soldados y los civiles que quedaban, e
incluso los propios legatus y oficiales, se pusieron rápidamente a
construir las improvisadas defensas.
Los primeros dardos alcanzaron a muchos de los legionarios,
que habían tenido que dejar los escudos para trabajar con las dos manos.
-¡No hay tiempo para más, resguardaros tras el foso y el
terraplén!- ordenó Varo.
Pero ambas barreras defensivas habían sido construidas de
forma rápida y fueron fácilmente superadas por las tropas germanas que salían
de todas partes.
Los teutones fueron rodeando poco a poco a los romanos, que
caían uno tras otro, hasta que las últimas defensas se rompieron en grupos
demasiado pequeños para poder resistir.
Varo combatía al límite de sus fuerzas, ya no podía más. Un
enorme guerrero bárbaro se abalanzó sobre él blandiendo una descomunal hacha
que rompió su escudo en dos y le fracturó el brazo, tal fue el impulso del
teutón. Varo se agachó cuando el germano iba a rematarle y le clavó el gladio
en la espalda. El guerrero se derrumbó como una inmensa mole con un último
rictus de rabia dirigido al legatus.
Muerto de dolor,Varo se giró para ver cómo los últimos
vestigios de su esplendoroso ejército eran masacrados definitivamente, y de los
civiles no quedaba ni rastro.
-He fracasado, he conducido a treinta mil hombres a la muerte
y ni siquiera he podido salvar a una legíon entera-se dijo- Arminio, fuiste mi
amigo y has sido mi perdición. Podríamos haber construido una Germania rica,
poderosa y fuerte tu y yo juntos, pero has elegido el camino equivocado. Cuando
en Roma se sepa esta catástrofe, lanzará todas sus fuerzas contra ti y tu
pueblo. Seréis masacrados, cuando podríais haber convivido con nosotros en
perfecta armonía, ¡Maldita sea, Arminio! ¿Por qué, por qué lo has
hecho?-maldijo entre lágrimas- pero ya no es asunto mío, no veré tu
aniquilación, no veré el castigo que
impondrá Roma a tu querida patria, porque he fracasado, y un romano vence o
muere, pero nunca fracasa-empuñó con fuerza su gladio con la punta hacia
su pecho mientras hablaba-un general que fracasa debe tener su castigo, es el
único honor que me queda, dar mi vida en pago por mi ineptitud, ha llegado la
hora de mi devotio[ii].
Y con estas últimas palabras, Publio Quintilio Varo, legatus
de Germania Magna al frente de tres legiones, se arrojó sobre su arma,
sintiendo como el hierro entraba punzante, desgarrando venas y órganos. Cayó de
rodillas, intentando taparse con la mano la profunda herida por la que se le
escapaban las entrañas y la vida, en un último reflejo del cuerpo de conservar
la vida impulsado por el instinto de supervivencia,
más allá de la voluntad. Sus últimos pensamientos fueron para el césar Augusto,
el gran emperador que siempre le apoyó y favoreció sus ascensos en la carrera
militar. Roma estaba a salvo con el gran Augusto.
-Perdóname césar, perdóname...-susurró entre los últimos
estertores.
De pronto no sintió ya dolor, sólo frío, un frío que
congelaba su cuerpo de arriba abajo, y después nada. Dejó de ver, y todo fue
oscuridad.
Egio observó en la distancia cómo Varo se suicidaba
clavándose el gladio.
-¡Nooooooo!-gritó desesperado. La rabia que le invadió
en ese momento le insufló energías para adelantarse e ir a por cuantos teutones
pudiera.
-¡Legionarios, la desesperación ha hecho a nuestro legatus
Publio Quintilo Varo realizar la devotio, el sacrificio más honroso
que puede hacer un romano por su patria! ¡Honrémosle acribillando a esos
infernales salvajes! ¡Por Roma! ¡Por Varo! ¡Por el emperador!
Y con esta arenga, Egio y sus hombres se abalanzaron contra
los bárbaros. Pronto se vieron rodeados, eran apenas cincuenta frente a los
cientos de guerreros germanos que los rodeaban por todos los francos.
Egio luchó junto a sus hombres con una valentía inusitada, y
mató a unos cuantos germanos, antes de que por fin varias flechas se clavaran
en su torso, pero Egio seguía combatiendo, incansable, y su titánico esfuerzo
azuzaba a los legionarios. Pero era un imposible.
Finalmente, Egio fue rematado por un hacha que le seccionó el
casco y la cabeza en dos. Ninguno de sus hombres sobrevivió.
Cejonio estaba desesperado, sus hombres habían perecido y
estaba sólo frente a cientos de germanos.
No lo pudo soportar más y tiró el gladio al suelo,
arrodillándose y pidiendo lo peor que podía pedir un soldado romano.
-¡Me rindo! ¡Piedad, piedad!
Los teutones formaron un círculo alrededor de Cejonio. Le
observan con una mezcla de burla y
curiosidad.
Abrieron un pasillo, y ante Cejonio apareció el mismo
Arminio.
-¿He oído bien, romano? ¿Te has rendido, solicitando
piedad?-le interrogó el querusco en latín.
-S-Sí..-contestó el legatus entre jadeos.
-¿Dónde esta mi querido Varo?
-Se ha suicidado, desesperado por la situación.
-Oh...vaya, una pena. Me hubiera encantado tener una última
charla con él.
Cejonio le miró con odio, pero sólo consiguió que Arminio le
mirara socarronamente.
-Por lo que veo, tu no estás dispuesto a sacrificarte por
Roma, pero tampoco luchas hasta el final.
-No soy ningún cobarde, pero es evidente que no tengo ninguna
posibilidad. Y vivo puedo...seros útil.
-Vaya, vaya, de cobarde a traidor, vamos mejorando- Se burló
el querusco.
-Puedo pasaros información si me devolvéis a
Roma-insistió desesperado Cejonio. Nunca lo había admitido ante nadie, pero lo
que más temía el legatus era la muerte, cuestión irónica dada su vocación
militar.
-¿Sabes que ocurre, romano? Que quien traiciona una vez puede
volver a traicionar, no confío en los que ya han traicionado. Y por otro lado,
has pedido piedad, que clase de hombre seria si no te concedo la piedad que
solicitas, y que mejor piedad que tu muerte, rodeado como estás de tus soldados
masacrados, solo, sin posibilidad de huida, y con la vergüenza de haber sufrido
nuestro castigo y vivir para contarlo, a tu vuelta a Roma serías repudiado y
degradado a soldado raso. Te concedo tu piedad, legatus.
Y tras estas palabras, Arminio, con un rapidísimo movimiento
de muñeca, desenvainó su espada para cercenar de un limpio tajo la cabeza del
aterrado Cejonio, que rodó hasta los pies del querusco, con una mueca de
sorpresa que se quedó grabada en el rostro del romano.
-Clavadla en una pica, será nuestro nuevo estandarte, y
buscad el cuerpo de Varo y traedme también su cabeza, será un excelente
presente para Marobodo el marcomano-ordenó. Marobodo y los marcomanos se habían
mantenido neutrales en el conflicto con Roma, no estaría de más hacerles llegar
un aviso.
Numonio Vala estaba rodeado, y sólo le quedaban diez jinetes.
-¡Se acabó! ¡Nos largamos, no pienso dejarme matar por culpa
de un general inútil!
-¡Pero señor, la infantería necesita nuestra ayuda!
-¡Al diablo con todos! ¡Yo me voy! ¡Quien quiera que me siga,
y quien no que se queda a que lo maten!
Numonio arreó a su montura, que galopó consiguiendo romper el
cerco germano, unos pocos jinetes le siguieron.
Estaban llegando al claro, iban a conseguirlo, por fin
saldrían de ese atolladero de muerte y podrían regresar al valle del Rín para
poner rumbo a...
Sus pensamientos se interrumpieron de golpe, una flecha le
acababa de atravesar la garganta.
Lo último que pensó Numonio Vala antes de morir fue lo cerca
que había estado de la salvación, tan cerca...
Los últimos jinetes romanos fueron acribillados, ninguno
llegó al valle.
El signifer de la legión XIX se defendía con uñas y
dientes para conservare el águila. Las otras dos habían sido capturadas por
aquellos demonios salvajes y no estaba dispuesto a perder la suya.
Pero los teutones lo cercaban por todos lados. Entonces, el
soldado vio una ciénaga a escasos pasos y no lo dudó. Corrió con las últimas
fuerzas hacia el pantano y, para sorpresa de los guerreros que le perseguían,
se tiró de cabeza con el estandarte. El peso del águila le arrastraba hacia el
fondo, empezó a faltarle el aire. El cuerpo le obligó a respirar y le entró
agua por la boca y la nariz, los pulmones le ardían de dolor.
“Jamás capturarán el águila de la XIX” pensó con júbilo antes
de perder el conocimiento.
Los germanos poco a poco iban venciendo y obligando a
rendirse a los reducidos grupos de romanos que aún resistían o que directamente
huían. Al anochecer no quedaba en Teutoburgo ni un solo romano vivo.
-Clavad algunos cadáveres en los árboles, como advertencia de
quién gobierna Germania ahora, el resto quemadlos-ordenó Arminio.
Miró al cielo estrellado que cubría Germania, su tierra, su
nación, la nación que ahora él se encargaría de organizar y gobernar, aunando
bajo una sola identidad a todos los pueblos teutones. Cerro los ojos e inspiró.
Su sueño daba comienzo.
Otoño de 9 d. C.
Roma, Domus Augusti[iii],
unas semanas después del desastre de Varo.
Un grito angustioso recorrió cada estancia de la residencia
del césar Augusto, un grito que sobrecogió el corazón de todos, un grito cuyos
ecos parecen resonar aún hoy por las paredes de la casa del emperador.
-¿DONDE ESTÁN MIS LEGIONES, VARO? ¡DEVUÉLME MIS LEGIONES!
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